Cómo se siente tener mi trabajo
-
Por supuesto que es una referencia a Nagel. Lean ese artículo.
Excelente ambiente laboral
Recientemente comencé a dar clases en la Universidad Tecnológica el Retoño. Es una Universidad bonita, pequeña. Incluso me recuerda a CU –en particular al edificio anexo de la Facultad de Filosofía y Letras, donde pasé algunos de los mejores años de mi vida.– Lo más extraordinario de la UTR es que cuenta con un excelente ambiente laboral. No miento. Al menos sé que no miento cuando me refiero a los alumnos.
Con prestaciones de ley
Todos los grupos a los que les doy clase son excelentes. Pero de entre todos los grupos he llegado a apreciar especialmente a un grupo en particular. Es un grupo complicado (tampoco voy a mentir). Creo que buena parte de lo que hace a ese grupo complicado es que hay personalidades muy fuertes en los alumnos. Me refiero a que es muy fácil ubicar a cada uno de ellos por sus particularidades personales –aunque he fallado olímpicamente en aprenderme sus nombres.–
El primer día fue extraño. Todos se veían agotados y supuse que era la hora del día, a las 12:30 en el cénit del sol hidrocálido. Durante la clase la participación fue nula: si acaso hubo respuestas a medias y poco más. Además las caras de los alumnos al pasar la primera hora era una clara señal de alerta “debería terminar ahora este sufrimiento mutuo y salir por la puerta”, pensé. Pero no me pagan por dar tiempo libre.
La siguiente clase fue más dinámica y se veían más interesados en el tema. Juro que me esforcé por lograr ese objetivo: traté de presentar el tema de forma más ágil y con más ejemplos. Pero no había sólo caras de atención, había fruncimiento de ceños, expresiones de disgusto. Soy malo con las caras de las personas. Pensé que ahora tenía un nuevo problema.
Había solventado el problema de la atención, pero me preocupé si mi nuevo problema era mi actitud frente a grupo. Genuinamente me preocupé de haberle faltado el respeto a alguno de ellos y que tuviesen alguna queja. No ocurrió la queja.
Las siguientes clases todo transcurrió normal, pero vi que formaron comunidad entre ellos más rápido que los otros grupos. “Me gusta el trabajo en comunidad y quiero trabajar con esta comunidad.”
Me gustaría que en todos los grupos haya una relación más horizontal. Dado que la materia es “Desarrollo sustentable” y los problemas de desigualdad social son tan agravantes en la actualidad; y dado que las condiciones generacionales de los alumnos son parecidas a las mías, creo que vale la pena que discutamos realmente cuáles son nuestras condiciones actuales y qué podemos hacer en conjunto para no dejarle una cloaca a las generaciones futuras –a mí particularmente me incumbe porque tengo una hija.– Pero no en todos los grupos se puede llevar a cabo esa dinámica. Pero esta comunidad en particular manifestó que soy su profesor favorito.
Esto no es un concurso de popularidad, por lo que no es algo a lo que le haya prestado atención. Pero ahora estaba genuinamente confundido –tenía información contradictoria,– parece que el problema no era ni la atención ni la actitud. La verdad no tengo la más minúscula idea de qué fue, pero parece que el problema se resolvió.
La actitud lo es todo
He comenzado a apreciar a esta comunidad de alumnos. Las personalidades que me preocupaban al inicio, de alguna manera “funcionan” entre ellos y, a pesar de ser personalidades fuertes, creo que al menos no se odian entre sí. Lo cuál aprecio, porque significa que tampoco me odian a mí. Incluso me atrevo a pensar que me aprecian como ser humano.
Esto es importante. Los maestros no somos más que una figura pasajera que quieres ver y olvidar en cuanto antes. Nadie se quiere encontrar a sus maestros en la calle porque representan una figura de autoridad que puede llegar a ser más violenta que tus propios padres. A mí me pasó. Pero creo que este grupo me ve como maestro y como un ser humano.
Por supuesto a veces lo dudo porque uno le suele decir esas cosas a los profesores que tomas por tarados para que se distraigan de sus labores. Lo sabemos, no hay vergüenza en admitirlo. Dicho esto.
Hoy recibí una excelente noticia. Estaba muy contento por la noticia y me gusta compartir buenas noticias con gente que aprecio y que creo que me aprecia. Aceptaron un artículo que quiero publicar en un congreso de filosofía de la biología. El congreso se va a celebrar en Valencia. Como la noticia es académica, creo que los alumnos pueden sentirse motivados por saber qué trabajo hacen sus profesores cuando no los tienen en frente.
Pero cuando les di la noticia, su respuesta fue extraña. Fue de admiración. No quiero que me admiren. Quiero que aprecien mi trabajo. En particular, que aprecien que sus profesores no sólo califican, sino que tienen más actividades laborales.
¡Me felicitaron! Eso lo agradezco un chingo. Pero al final de la clase, una alumna –que siempre hace comentarios que me dejan pensando varios días, no es queja– dijo “quisiera estudiar filosofía para que me paguen todo.” Antes de encender sus alarmas: no lo tomé a mal. Al contrario.
Antes de terminar la clase, en mi euforia noticial, mencioné que hube asistido a un congreso de Lógica y Computabilidad en Brasil. Son dos grandes eventos (lo de Valencia y Brasil) y realmente me impresiona cómo incluso yo tuve acceso a dichas oportunidades. El comentario era de esperarse, pero ¿por qué asumen que sólo los que estudiaron esta carrera tienen acceso a esas oportunidades?
Tengo mis propias opiniones al respecto. Pero no me voy a molestar en señalarlas porque no tengo ninguna evidencia para hacer conclusiones sobre los estados mentales de todas las personas de un salón. Creo que nadie puede. Lo que sí puedo es imaginar que uno de mis profesores me dijese lo mismo y pensar en cómo sería mi respuesta. Quiero comparar al menos dos ocasiones, mi reacción si esto hubiera sucedido durante mi licenciatura y mi reacción a estas alturas de mi posgrado.
Pero para que este ejercicio tenga sentido, debo contar un poco de mi experiencia como estudiante de posgrado en este país y cómo diablos llegué a Brasil.
Al menos 8 años de experiencia
Creo que la oportunidad que tuve de ir a Brasil es, genuinamente, una en un millón. Ese evento se iba a celebrar originalmente en 2020. Lo sé porque uno de mis amigos de la maestría ya había sido seleccionado para asistir. Apostaron a que la pandemia terminaría, no pasó. Pero que ya hubiesen seleccionado a los participantes significa que tenían el evento planeado desde años atrás. Fue un evento muy grande y no se veía planeado con prisa.
Además fue la primera vez que iban a hacer ese evento. Después de la pandemia, volvieron a abrir la convocatoria. Convocatoria que por alguna razón cayó en mis manos.
Confieso que quería aplicar, pero no estaba seguro de hacerlo. Sabía que tres amigos míos planeaban aplicar. Amigos que trabajan lógica: es su especialidad. Cuando digo que es su especialidad, me refiero a que pueden tener un debate serio con expertos de alto nivel. Amo la lógica, fue la materia que hizo que no me saliera de la carrera. Pero mi especialidad es filosofía de la ciencia. Dada la naturaleza de mi investigación, debo conocer algunas herramientas formales. Sé lógica, pero no trabajo lógica.
Me parecía una pelea pírrica atreverme a enviar una propuesta. Pero mis tutores me motivaron y pensé en qué de mi trabajo les podría interesar a las personas del comité. Mandé mi propuesta. El 25 de noviembre de 2022 recibí la carta de aceptación.
La sensación fue extraña. Pensé que habían cometido alguna especie de error, no lo cometieron. Pensé que la decisión había sido arbitraria, ciertamente no lo fue. Pero la depresión clínica funciona de maneras misteriosas. La escuela de verano se celebró del 06 al 17 de febrero del 2023. Todavía creo que se trató de alguna especie de sueño, porque esos días fueron probablemente los más felices de mi vida.
Jamás había salido del país. No tenía idea de cómo agendar un vuelo, no tenía idea de cómo moverme en un aeropuerto. Mucho menos tenía idea de qué se hace si pierdes el vuelo durante un transbordo. Afortunadamente no tuve que preocuparme por casi nada. El hospedaje, el vuelo y las comidas estaban garantizadas por el presupuesto que había reunido UNICAMP. El comité agendó mi vuelo y arregló todo para que llegara sano y salvo desde el aeropuerto de la Ciudad de México hasta UNICAMP.
Sospecho que todo esto sólo fue posible porque cancelaron el primer evento y reunieron más fondos durante los años en los que estuvo la pandemia. Es exagerado el nivel de cuidado y calidad que recibimos por parte de UNICAMP. Fueron generosísimas personas, nos trataron con cariño, nos invitaron a participar en la vida académica de la universidad. Nos ofrecieron cursos de calidad impecable.
Las personas de Campinas fueron amables y cariñosas.
Todo mundo nos trataba como seres humanos.
Hice amigos con quienes todavía hablo –debería hablar más con ellos– y descubrí trabajo de punta que se estaba haciendo en áreas tan variadas como ciencias de la computación, matemáticas, lógicas modales, teoría de la probabilidad, teoría formal de la argumentación, historia de la lógica, etc.
Genuinamente hicimos una familia muy extraña
A Weird Family.
La pasé excelente, aprendí mucho, conocí a Graham Priest.
Pero la depresión clínica funciona de maneras misteriosas. Lo que más odio de tener este malfuncionamiento cerebral es la incomodidad. Es irritante ponerse a berrear en los lugares más incómodos. Algunos días, durante las clases, mientras centraba mi atención, inevitablemente pensaba en “lógica no es tu área de investigación”, “sabes que hay personas a las que rechazaron y sí trabajan lógica”, “¿seguro que mereces estar aquí sintiéndote tan bien?” Ponerme el cubrebocas, salir a tomar agua, entrar a los baños hasta que pararan las lágrimas. Luego regresaba y fingía que había estado bostezando –usé la técnica Foster Wallace.–
Fueron épocas de carnaval, y a pesar de que no estábamos en São Paulo capital, hubo eventos carnavalescos. Una especie de pequeños carnavales en Campinas. Los estudiantes de UNICAMP nos invitaron a uno de estos eventos. Es lo más divertido que he hecho en mi vida. Pero volvían los pensamientos inevitables. Bajar la cabeza, salir del tumulto, caminar varias calles, resguardarme detrás de un árbol hasta que pararan las lágrimas. Regresar y fingir que estuve bostezando.
Afortunadamente no la pasé tan mal. Aprendí muchísimo, no tengo ninguna manera de medir la cantidad de cosas que aprendí durante esos días. Pero lo más interesante que aprendí es que no soy un completo imbécil.
Seguro de gastos médicos
El hecho de que yo haya ido a Brasil durante esos días se debe en gran medida a una cantidad inmensa de condiciones. Voy a hacer explícitas algunas de ellas. El hecho de que hayan aplazado el evento. El hecho de que me enterara del evento porque Raymundo me lo mencionó. El hecho de que Cristian, Raymundo, Chucho y Cristina me hayan ayudado a revisar el documento. El hecho de que haya estado estudiando un posgrado en la UNAM –porque de 5 mexicanos que íbamos, 4 fuimos de la UNAM.– El hecho de que aprendí a usar el inglés para poder escribir y comunicarme con el comité.
Por supuesto que todas y cada una de estas condiciones promovieron el resultado. Pero también sé que el hecho de que no sea un completo imbécil fue una de las variables que contribuyó a que pudiera realizar ese viaje. Quizás eso fue lo más valioso que aprendí.
Aprendí más sobre teoría de la probabilidad gracias a Mundici. Conocí a un programador excelente que tiene un artículo publicado en un Journal de Oxford. Se llama Lukas. Conocí a un filósofo que estaba trabajando en un departamento de matemáticas en Viena. Se llama Giovanni. Conocí a tres matemáticos cuya investigación giraba en torno a la lógica modal. Josephine, Dominik y Robert.
Conocí a Danielle, un amigo italiano que estudió bajo la tutela de Timothy Williamson. Que envió un trabajo de filosofía al congreso, un trabajo que discutía si la filosofía progresa o si es verdad que estamos estancados. Danielle también está muy interesado en Frege. Frege es mi filósofo favorito.
Para mí, todas las personas que he mencionado son unos genios. Creo que son tan inteligentes que incluso puede llegar a ser incómodo para otros. Tan brillantes que incluso tienen problemas para comunicarse con personas fuera del rubro. A mí me pasa. Lo mío es llana brutez social –juro que no me lo estoy inventando,– pero estoy seguro que lo de ellos se debe a su genialidad.
Cuando le menciono a las personas que estoy estudiando un doctorado, algunos asumen que lo menciono por pedantería. Pero decir eso no es muy distinto a decir que una empresa mandó a un empleado a una capacitación. Cuando digo que me aceptaron en Valencia y que me fui a Brasil, no es muy distinto a decir que la empresa mandó a su gerente a una reunión empresarial para discutir nuevos métodos de eficiencia para la línea de producción.
Mi trabajo probablemente sea uno de los menos alienantes que existen –ninguno debería serlo. Eso no lo deja libre de todo problema. Tengo compañeros de trabajo cuya carga horaria es tan grande que no los deja ni siquiera pensar en sus problemas personales. Mucho menos en sus trabajos de investigación. Las personas que nos queremos dedicar a la investigación tenemos que estar publicando porque así se mide nuestra producción. Asumir que la analogía empresarial es perfecta sería simplemente estúpido. Pero no podemos negar que hay ciertas similitudes.
Lo que más me destruye es saber que más personas como las que he mencionado aquí tengan que preocuparse por encontrar trabajo. No soporto saber que las personas más brillantes que he conocido –Gina, Sofía, Ale, Atziri, Diana, Solares, Ray, Alejandro, Chuche, Marc, Akira, Danielle, Isis, Ulises, Patricio, Javier, Montse, por nombrar a algunos– tengan dificultades para encontrar trabajo. No es justo, pero sucede mucho más de lo que esperaría.
Misión y visión
Todas las personas aquí mencionadas son simplemente admirables –yo las admiro. Y como sé que algunas de estas personas valoran que no soy un completo imbécil, no me sorprende que la respuesta de los alumnos haya sido de admiración.
Pero creo que hay algo más que está jugando un papel. Vaya, sé que no soy un imbécil, pero creo que también he logrado cosas admirables. Estreché mano y platiqué con Peter Klein. Casi le invito un desayuno a Graham Priest. Le hice preguntas a Daniele Mundici que creo que le parecieron interesantes. Fui a Brasil con todo pagado
A veces también me admiran algunas de estas cosas. Que un fulano que fue el primero de su familia nuclear en ir a la universidad. Un fulano que salió de un pueblo –no me malentiendan, amo Pabellón de Arteaga– haya logrado esas cosas es, por lo menos, decente.
No me sorprende entonces la admiración que mostraron los alumnos. Pero me entristece saber que la falta de oportunidades orillen a las personas más brillantes que he conocido a optar por otro rubro y abandonar su carrera. Me entristece además saber que muchas personas brillantes que he conocido a lo largo de mi vida se hayan perdido en el camino debido a la falta de oportunidades. Me entristece aún más saber que muchos de los alumnos a quienes les doy clases van a tener el mismo destino que algunas de las personas aquí mencionadas. Por eso creo que todos deberíamos tener acceso a todas las oportunidades. Por eso me interesa que los alumnos aprendan a preocuparse por los otros. Por eso espero que aprecien el trabajo que hacemos los maestros, porque no es poco.
Si mañana un profesor me mencionara una noticia como la que le mencioné a mis alumnos, me sentiría orgulloso –me parecería admirable.– y lo felicitaría, porque están apreciando su trabajo. Si un profesor me hubiera dado una noticia parecida cuando estaba cursando la licenciatura, la admiración sería la única respuesta.